Me encontraba en un
dominio astral sonsacando al Universo cuando apareció ella, Elvira. Una figura
de luz inmensamente hermosa, ¡tanto!, que me conmovió, y para lo cual no cuento calificativo que pueda igualar lo que
irradiaba. A Elvira la conocí siendo ella hombre, en un pueblo llamado Labora,
dos siglos atrás, en la actual, poco coincidimos, se fue de nuestro lado hace
unos años, siendo niña. Aprobó todas las
lecciones que la escuela de la vida le propuso aprender. Con una voz y sonrisa que me pareció sacadas
de las mismas estrellas, relató.
Los padres que dejé
continúan sufriendo mi pérdida, les visito a menudo y les hablo y abrazo en sus
sueños. Ellos creen que me perdieron para siempre, sin embargo, es ahora cuando
en verdad cuentan conmigo. Con cada muestra de cariño que recibí me iluminaron
avanzando juntos hasta las puertas del cielo. No sienten que fuera así, se
preguntan si pudieron hacer algo más por mí. Hay una culpa inmerecida. Me apena
no poder decirles que los tres evolucionamos cada uno dentro de su frecuencia amorosa.
El amor con el que fui despedida ha sido mi regalo para que vivan felices. Sé
de ellos en todo momento, mi madre ha sentido mi presencia alguna vez, duda de
su tacto sensorial y acalla sus propias voces. Mi padre no sabe que sigo
existiendo más allá de su corazón y mente, que soy y seré parte de su
continuidad y nada podrá separarnos, y que seré yo, quien les venga a recibir
cuando nada tengan que decirle a la vida que conocen.
La
historia que compartimos, se remonta a dos
vidas atrás de ellos, entonces fui hombre y al que conocí mejor fue a mi padre,
de nombre Nicolás. En cuanto a mi madre, conocía su nombre y un vago aspecto de
su figura con el uniforme de doncella. Él era reclutador y el supervisor de
obreros para un importante hacendado, yo fui uno de sus elegidos para la tarea
de horticultor. Tenía trece años y un precario esqueleto por la escasez de
comida, que diestramente suplía con anchos ropajes heredados o donados, eso me
daba igual. Lo que me importaba era el dinero que con el trabajo podría
entregar en casa paterna, por lo que oculté que era inexperto en la tarea que se me
encomendaba.
Nicolás
ganaba en fama de violento y hostigador, respetado por el miedo que generaba su
poder de otorgar trabajo, entre otras cosas. Al conocerle, no me pareció ni
bueno ni malo, alguien inexpresivo cuyo poder radicaba en el foco de atención
que su mente considerase para idear un plan. En el primer día de trabajo, ya
noté su mano diestra dejarse caer con dureza sobre el mentón izquierdo de mi
cara. No servía para el trabajo pero me dio otra oportunidad salva vidas. Me
esmeré hasta el límite, y en pocos meses la cosecha emergía, a opinión de
Nicolás, raquítica como yo.
Todo el
servicio realizado en los muchos años al arrogo de aquel tirano, dejó secuelas físicas
en mi espalda y rostro, sin embargo, no tan profundos fueron sus miserables
insultos en mi mente y corazón, a pesar de no entender la tomadura en mi persona.
Me llevaba la palma a los no premiados, sin que por ello se libraran los demás
empleados de recibir sus atrevidos obsequios. Encontraba la manera de encontrar
el punto débil en sus vasallos, para él casi todos, y una vez hallado, allí
hincaba el anzuelo.
Nadie le
quería de verdad y todos le temían. Lo que ofrecía Nicolás era temor, y miedo
era lo que recibía. El amor, en su auténtica llanura, no lo recibía por no proponerse
ofrecer lo que sin duda albergaba en su corazón. Todos conocemos el amor y el
miedo, y él quiso inclinarse por el que le diese más valor. La hacienda era un
ir y venir de extrañados. Reconozco no saber, qué simpatía de Nicolás emanaba
tras su ferro armazón, que había llegado hasta un rinconcito de mí ser. Por él,
un hombre que no sabía dar amor ni en pequeñas dosis, sus hijos desconocían de
él el roce de sus labios y lo que recibían, palmadas más bien toscas y a
destiempo. En mis reflexiones le disculpaba, nadie que no sufra el desamparo
del cariño y la autoestima, puede infringir tales carencias, lo pensaba alguien
que conocía el afecto mutuo de una multitud. A su funeral asistieron dos
docenas de familiares y conocidos comprometidos, y yo.
Pasaron
dos lapsus de mi memoria hasta volvernos a reencontrar. Nicolás había suavizado
el carácter gracias al contexto que eligió, y a su posterior regreso a la tierra.
Ya no era lo que fue con el cuerpo que le conocí, no obstante, el amor seguía
siendo un enigma y se esforzaba en detectarlo. Me ofrecí a venir como hija suya
de una manera especial. Mi misión consistía en darle a conocer el amor de
verdad.
Vine con
escasa visión ocular y malformaciones congénitas que la medicina tradicional
catalogó de poco menos que irreversible. En casa adoraban y cuidaban a la
frágil pequeña que mi cuerpo les mostraba. Los médicos avisaron a mis padres
del riesgo que correrían los futuros hijos que decidiesen tener, cabría la
posibilidad de que si no todos, algún descendiente más desarrollase el temible desarreglo
físico. Pero yo no nací en aquel estado a causa de ningún desajuste biológico o
terrenal, con lo cual los futuros hijos nacerían con salud. Fue mi decisión,
aprobada por Aquellos que mantienen a salvo la Fuente de Inspiración. Era mi
última venida con aspecto físico y quería ofrecérsela a Nicolás.
A mis
padres no les importó el vaticinio de los médicos, y comprendiendo que yo
significaba para ellos lo equiparado al amor, decidieron tener tres hijos más.
A medida que el amor en ellos se extendía en rapidez por el hogar y las casas
vecinas, el tiempo para mí se acortaba, me estaba liberando de mi cargo y antes
volvería a Casa. Pronto todos pudieron ver a Nicolás derrochando amor por su
hija Elvira, la única de sus cuatro hijos nacida para ser ejemplo del amor en
los demás.
Mi padre
jamás perdió la esperanza de verme recuperada, su vida la tenía dedicada a mis
cuidados, mimos y darme la máxima alegría que compartía con el resto de la
familia. Cuando supe, que el cupo del amor habido para ofrecer a mi padre, el
Nicolás conocido de otra realidad y prejuicios, estuvo instalado en su corazón
y reconocido sus efectos sanadores, me vinieron a buscar y depositaron en la
luz que soy ahora. Tenía ocho años. Cumplí con el trato y liberé a mi padre del
miedo a reconocer su naturaleza amorosa y sencilla. Le he dejado en herencia
para sus próximas vidas, el acercamiento a otros seres con respeto y humildad,
y en esta lo está llevando a cabo.
El
sufrimiento de Nicolás es parte del proceso, el amor cuando no se entiende en
una versión más extendida, produce incertidumbre y un pesaroso abandono. Yo calmo
en ellos la parte que unida a mi luz, reconoce la libertad por la que optamos
estar unidos, y pasar por un sendero que de estrecho y dificultoso solo tiene
lo que la mente entienda por ello.
Segunda parte y final la puedes leer Aquí
Hoja del diario de; "Un viajero en el tiempo"
Mila Gomez.
Segunda parte y final la puedes leer Aquí
Hoja del diario de; "Un viajero en el tiempo"
Mila Gomez.
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