Hay un habitáculo cuadrado, construido por bloques de piedra, cerrado, techado y aislado. Lo traspaso: el suelo está encharcado con aguas residuales. Un joven ataviado de templario lo recorre sin cesar de una punta a la otra dándose cabezazos cada vez que llega al muro, ensimismado en sus reiteradas palabras: 'los templarios volverán'. A su lado, un anciano montado en un caballo blanco sale y entra constantemente atravesando el muro. Ninguno de los dos se percata del otro.
Al salir, veo una cabeza en carne viva, sin cabellera, pertenece a una niña. Una mujer le coloca una hermosa peluca con flores; la niña sonríe, está contenta. La mujer, con delicadeza coge con sus manos la cabeza y la pone en un cubo con agua. Los cabellos de la peluca parecen nadar, y las flores cubren el rostro de la pequeña mientras pronuncia unas palabras en tono alegre: 'solo vives hoy, sólo existe el día de hoy, sé feliz, mañana no sabemos si existiremos'.
Aparece el caballo blanco. Monté en él, y cabalgando sobre su sedoso lomo a través de un manto de algodonales nubes, llego hasta las sábanas blancas de mi cama.