Mario repasa mentalmente aquellos juguetes guardados a los que en su día, otorgó realidad. Convencido que cobran vida al ponerlos en funcionamiento para jugar con ellos iniciando una batalla en la que solo puede quedar un vencedor. Un simulacro creíble del gato y ratón que una vez puesto en marcha siente ser el de menor tamaño. Solemne, va la vida en ello y no quiere experimentar nuevo fracaso, esa sensación amedrantada nunca le gustó. Su mente hospeda aprensión a ser vulnerable y por ende considerarse mal contrincante a causa de un algo desconocido. Recuerda, que sus padres recitan la misma estrofilla si les comunica que por miedo a ser dañado el otro ganó.
— Hijo. ¡Solo son juguetes, no pueden hacerte daño ya sea que ganen o pierdan!
En cada desconsuelo sonríen con adoración.
Mario aleja las reflexiones mentales sin esfuerzo y regresando a su pequeña y natural valentía decide escoger al enemigo más recelado, adquirido a capricho por sus papás. Resuelto, abrió el armario. Un dragón rojo con enorme panza blanca y escamas amarillas que flamean. Con mano firme pulsa ON. El dragón se hincha justo el tiempo para que Mario vaya buscando escondite en donde el fuego saliente por las fauces del fiero animal no le alcance con esa quemazón, persiguiéndolo sin tregua. Tiene sonido a volcán en erupción.
Mario no logra alejar de sí como quisiera un hábito de alarma. Aferra entre sus deditos derechos el mando de dirección resuelto a no dejarse ganar por su rival. Abraza lo imposible de lo posible por dirigir el fuego a estamparse lejos de su presencia. Perladas gotas de enlazadas emociones cubren la frente de su bello rostro, pero se prometió ganar en esta ocasión, no puede fallarse.
Advierte que va perdiendo. El aprendiz de la confianza se opuso en apretar OFF para detener la batalla y en consecuencia perdió.
¡Vaya! No registra tanta pérdida, algo dentro de él le dice que perder tantas veces con el mismo adversario deja de hacerle gracia ni tener sentido.
Se permitió morir para volver a nacer.
El panzudo dragón fabricado a durar un preciso tiempo llegado el momento se desmoronó. Una piltrafa de temido juguete destrozado junto a las piernas de un Mario que exclama. ¡SI!!! Por primera vez se percata que lo salido por la boca de su pavor no es más que aire teñido, polvo que desaparece fácilmente sacudiéndolo con ganas, motas rojizas parecidas a las ocasionadas cuando le salpica salsa de tomate y su mamá las elimina como por arte de magia.
Nada, dice, de si su júbilo es originado por la risa del descubrimiento o el llanto de haberse quedado sin un juguete inofensivo. Los padres intrigados por la mezcolanza de acentos que emite el pequeño van a la sala de juegos. Junto a un destrozado y desfigurado muñeco encuentran al niño con expresión de. ¿Comprensión infantil? Mirando a sus progenitores con evidente satisfación dice.
— Se rompió solo. ¡No era más que un juguete!
Se dirigió al armario del terror acariciando uno por uno a todos lo que había creído enemigos.
— Perdí el miedo y quiero jugar y divertirme con todos los juguetes. Ninguno hace el daño que yo temía.
* En la niñez, fundó existencia a lo que no significa peligro. El miedo sólo se perdió, camuflado de "no pasa nada" se interpone junto a la auténtica realidad, engordando solapadamente.
***
Más crecido, Mario ríe al recordar aquellos juguetes que le traían de cabeza. Ya se considera inmune ante cualquier competidor que se cruce por el capricho con la intención de jugar.
Sobrevalora su confianza jugando.
Aún no sabe que sabe. Dragones clandestinos fabricados para un tiempo de ellos son amos en los juegos que utilizan continuamente gentes mayores que él. Aguardan pacientes para desafiarle poniendo a prueba valor y fortaleza comprobando su fe y solidez.
Dragones con cara de asignaturas, amistades, amores o familiares, salud, coches, casas, dinero, trabajo, hijos con sucesores tal vez. Objetos sugestivos e interesantes. Vulnerabilidad acompañada por cortesanos como la ira y el pobre de mí. Conflictos entre ganancias y pérdidas según el terror subyacente en la mente.
Atractivos y versátiles dragones fabricándose con la insana intención de continuar provocando quemaduras a sus padres sin saber estos que el miedo se presenta de múltiples formas y no distan tanto a los que sentía su niño. Por equivalencia poseen el mismo tamaño. Adultos y sumando años a su manera continúan avivando el fuego de las ilusiones. Los juguetes van adquiriendo a cada paso diferente cuerpo y comprensión.
* Hasta por fin percibes, luego Sabes. El fuego se extingue con la templanza, la cual concede equilibrio entre el fuego y el agua reinante dentro de uno mismo.
Gracias por el fuego y el agua.
Mila Gomez.
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