miércoles, 11 de noviembre de 2015

De nuevo con María



Segunda vida de María

Observé y escuché...
Sentí que estaba siendo yo...
Y lo supe.  





            Soy poseedor de errores, un galán con soltura de cabellos negros y ondulados, largos hasta los hombros. El mismo que viste y calza y fuera Caballero Templario hace cinco siglos. Un porte similar y enamorado de la misma mujer de entonces, mi querida María.

     Voy a ver si en ésta ocasión de vida, los dos seremos capaces de vencer temores y dejar a un lado todo concepto material, para poder amarnos sin ataduras.

    Es el siglo XVIII. Época de miserias y notoria diferencia entre las clases sociales, hay señores amos y servidumbres. 

     Soy un adolescente cuando al pueblo en el que vivía, el mismo Lagunas de la otra vida y actual presente, llegaron a vivir una familia con un hijo y dos hijas, la mayor se llamaba, María. Una familia inmensamente rica, en poco tiempo una gran parte de la Comarca era suya. Grandes terratenientes fueron. 

     Yo era de familia numerosa y condición obrera,  el trabajo que realizaba me llevaba por otros pueblos, y el rango de la familia de María me mantenía alejado de ella.  Nos conocimos cuando se presentó en casa a buscar un favor, que curiosamente, solo yo pude ofrecérselo. María  estaba a punto de casarse y solicitaba una tarea artística en su nuevo hogar, cuyo autor y amigo solo yo conocía la ubicación e impliqué en el proyecto.  

     ¡Qué hermosa la contemplé! No conocía a nadie que le igualara en elegancia y soltura. Al miramos, ella con sonrisa de ámbar, nos temblaron hasta las pestañas. Buceamos por segundos en esas cuencas misteriosas en busca de algún lazo mágico con un anterior encuentro amoroso. Nuestros ojos brillaban, y cuando se despidió con un suave apretón de manos, ambas quedaron sujetas y un rubor nos obligó a soltarlas.  Noté su vacilación y desconcierto por todo cuanto nos habíamos dicho sin palabras. Deseando recuperar en el tiempo un algo que nos pertenecía y unía,  y que ninguno sabía qué era. 

     Supe sin duda que acabábamos de enamorarnos y presentí, en la boca del estómago, un futuro incierto abocado a una relación dolorosa. Era nuestra oportunidad de salvar el amor que la vida nos volvía a enviar. 

     A pesar de habernos confesado amor con intensas miradas, lenguaje corporal y unos cuantos sonetos encriptados,  no quiso anular el matrimonio porque el hombre con el que se casaba, era de su condición y se impuso creer, que estaba enamorada de él, ayudó a la decisión su acentuado conservadurismo y que yo, no tenía nada que ofrecerle excepto amor.  Continué con mi novia, que la gracia de la vida no quiso que fuera otra si no, la que fuera hermanastra de María en mi vida como Templario, Marcela.  Los tres habíamos vuelto a coincidir de manera peculiar, y con la misión conjunta de corregir los errores de un pasado que ninguno recordaba.  

     María se casó por todo lo alto en la iglesia del pueblo de Lagunas, yendo con el marido a vivir a una de sus grandes adquisiciones terrenales, con todo lujo de detalles y una capilla privada para sus rezos. Me pidió ser el capataz de la hacienda y acepté encantado, con tal de seguir viéndola. Cientos de jornaleros pasaban por mi aprobación, entre ellos escogí a hermanos y a mi novia Marcela, escogiendo para ella un puesto privilegiado dentro de la casa, sin un propósito claro, cerca de María. 

     Ocurrió que María  era de carácter duro, rigurosa en todos sus tratos, y enseguida cogió las riendas pesadas de la hacienda y dejó en manos de su esposo, lo más precario y anodino, que en realidad, era lo que mejor sabía hacer, sin embargo, la repartición tan desmerecida decretada por su esposa,  mancilló su orgullo y se achicó sintiéndose ofendido. María lo había rebajado. 

     Pronto se relajó y empezó a coger confianza en su nuevo papel de marido, descuidó esposa y trabajo, y volvió a sus andaduras de mujeriego entre una y otra borrachera. Llegó  a utilizar su poder de amo para llevarse a un catre a cuantas sirvientas quisiera, algunas diré que agradecidas. También a damas de la burguesía y amigas que le consentían. María se enteró, pero no le importó y sintió algo de alivio, pues los dos ya éramos amantes y vio en ello un perdón para su culpa. Por entonces María era admirada, temida y envidiada. 

   Volvemos a repetir la historia con otros puntos de vista. Mismo error de la otra vida. Amantes separados por el dinero, las tradiciones y otras estrategias materiales. 

     La confianza, y el amor odio que marido y mujer se entregaban, hizo que maltratara a su María y obligara a cumplir con su papel de esposa. Ella pagaba su humillación con empleados que luego me tocaba mediar entre uno y otro bando, y desahogaba conmigo su amor, descuidando en el frenesí la vigilancia de ser descubiertos. 

     Se enteraron todos menos los más allegados, entre ellos su esposo y mi Marcela.  Era cuestión de tiempo y al fin, primero fue mi novia que se enteró y amenazó, a no ser, que me casara con ella, y arguyendo estar embarazada de mí.  La rechacé, y se vengó con dos de mis hermanos, hombre y mujer, y los tres retozaron en las mismas sábanas. Al resto de familia la puso en contra mía. También accedió a los caprichos del amo.  Todo por odio y venganza. Y al igual que a María con su esposo, tampoco me importó que lo hiciera.  

     María abandonó la habitación marital, adecuándose en una gran alcoba su cama y despacho, en dónde pasaba largo tiempo contando dinero y administrando su patrimonio.  Con ello  se impuso a su marido ante los acosos y malos tratos. Por el caserío todo eran vibraciones dolientes, entre miedos y abusos del poder. La servidumbre estaba enfurecida y deseando explotara la pólvora de la envidia y el rencor.  Tanto, que una sirvienta que decía amarme con locura, al negarle mi amor se unió a otras mujeres de la casa para hacer brujería y separar al matrimonio por las malas. 

     El ambiente enardecido en la gran casa, subía de nivel desmesuradamente a cada encuentro clandestino de nuestra fogosa entrega, ahora confiada a un primo de María que nos hacía de guardia mientras nos amábamos con pasión en la cama de mi amada.  Cada día más delgada y demacrada a causa de los maleficios.

     En una de esas idílicas citas sexuales y amatorias, en las que yo acudía encaramándome  por la fachada de piedra hasta el balcón de la alcoba que María me dejaba abierto, fue  saltar en el suelo y allí me esperaban, el esposo enterado de nuestro idilio con un matón de amigo. 

     Qué decir de lo que recibí y recibieron, María asombrada delante de la revelación, gritando dijo a su marido que fue ella la que me invitó, el marido furioso la mira y le dice que vaya preparando mi tumba. 

     Salí de ésa y ocasión tuve de hablar con María de la situación que se avecinaba, yo tenía que desaparecer, ella angustiada y entre alguna lágrima dijo que me seguiría allá a donde fuera. 

     La llegué a conocer como a nadie en aquella vida, tenía dos hijos y familia, y muchos obreros que dependían de su hacer, además de una economía que necesitaba como al comer. Yo jamás le podría dar el lujo al que estaba acostumbrada. ¿Qué iba a hacer, con tanto que la quería? Le negué que me acompañara una sola vez, María no volvió a insistir y desaparecí de su vida. 

     Allí quedó ella, de igual manera que en su anterior vida en la que coincidió con la mía, cuando no supimos unir las dos Almas con la energía de nuestro amor. A causa principalmente, de que María estaba demasiado apegada a los placeres terrenales. 

     La riqueza, la religión y la posición que ostentaba, hicieron que fuera  perdonada, olvidado el adulterio  y siguiera con su vida atada a los intereses comunes de ambas familias, empero, debajo de las sonrisas se ocultaban  desavenencias y juicios envenenados. 

Hoja del diario de; "Un viajero en el tiempo"


Mila Gomez

Continuará con la tercera vida al lado de María. Clica Aquí


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