Tercera vida de María
Sentí
que estaba siendo yo...
Y lo supe.
Y lo supe.
Me introduje por el ojo de una estrella y vi a la amada María, se acercó con los brazos extendidos y me enseño su propósito de vida.
Principios del siglo XX. Música de jazz y notas de blues. María está de nuevo por paseo en esta tierra y muy lejos del pueblo de Lagunas. Es una ciudad costera hermosa, una de sus playas está a la vista desde la gran mansión en donde vive. Vuelve a la vida de nuevo en rica cuna, de prestigiosa familia e hija única, consentida y adorada. Padres e hija están unidos por el lazo sanguíneo y por un mismo y elevado propósito espiritual. Aprender la lección de ″El desapego″, y tienen que aprender su significado lo mejor posible, ellos lo eligieron así antes de nacer. Desapego a los muchos bienes materiales de los que disfrutaron en tantas vidas pasadas, contenidos en la memoria celular a modo de sus ″olvidados″ recuerdos.
La lección no se hizo mucho de esperar, al padre le diagnosticaron una enfermedad terminal cuando María era una niña, y cuando ésta tenía diecisiete años, falleció dejando a esposa e hija en la más triste desolación, con amarga resignación al comprender, que se habían ido desprendiendo poco a poco de alguien con mucho valor para ellas. El dinero o el poder no hicieron nada por devolverle la salud. E hicieron que ya no valoraran tanto las riquezas. A su vez, el padre tuvo ocasión de ir despidiéndose de ellas, dándoles de todo menos vanas alianzas. Los tres se entregaron el amor que tanto habían escatimado en pasadas relaciones, tiempos remotos y padecidos.
A la pena de madre e hija se sumó un miedo a que María, heredara de su padre la enfermedad mortal, y como todo pronóstico funesto parece ser dotado de vida propia, así se cumplió el designio, a pesar de detenerse en alguien tan joven y con poca probabilidad de desarrollar el mal. A María le quedan pocos años de vida, su consuelo y afecto lo comparte además de con su madre, con su novio y su niñera, que aún sigue haciéndole de amiga mayor. Y la coincidencia, el novio es el escudero que conoció a la vez que a mí de Templario, y la niñera es la que también entonces, hizo de su hermanastra Marcela y en la siguiente vida, ésta fue su rival en el amor y una mala empleada. Dos vidas con uno, y ya va por la tercera que se encuentra con Marcela a la espera de hacer las paces.
Tristeza y miedo se entremezclan en la suntuosa casa a la espera de perder lo que más amaban, y madre e hija eran suficientemente conscientes de que no se podían apegar entre ellas porque tendrían que desprenderse de todas formas. Nada de dinero ni regalos, vestuario o comodidades hicieron llevadera la experiencia final de su fatal. No pudieron comprar la salvación y lentamente y en agonía, se dieron cuenta de que las posesiones comparadas con lo que perdían, no tenían ningún valor para ellas.
Un desapego advenido cuando María tuvo la capacidad para entender su partida. Murió a los veinte años de edad, la mano de su apenada madre acariciando con ternura la suya, y un sordo murmullo en lágrimas del resto de sus queridos. Con discreción, el novio y su cuidadora Marcela la dejan ir en Paz. Y esa madre quedó desapegada de todo menos al amor que se le iba.
Padres e hija aprendieron a base de mucho dolor, que el verdadero amor nunca tiene precio.
Yo, aquel que con cuerpo fuera Maestre Templario y posterior capataz, enamorado de María, en ésta ocasión de su vida no tuve vehículo físico, invisible para ella me limité a cuidar y guiarla de la mejor manera que supiese entender.
Sabía, que la prueba expuesta que se impuso materializar, vista y entendida con los sentidos que proporciona el cuerpo, iba a ser una vía crucis para ella, y se me concedió guiarla en el itinerario. Cuando en su último suspiro su Alma se elevó fuera de lo que representaba, yo estaba allí para recibirla. A la tan amada María.
Principios del siglo XX. Música de jazz y notas de blues. María está de nuevo por paseo en esta tierra y muy lejos del pueblo de Lagunas. Es una ciudad costera hermosa, una de sus playas está a la vista desde la gran mansión en donde vive. Vuelve a la vida de nuevo en rica cuna, de prestigiosa familia e hija única, consentida y adorada. Padres e hija están unidos por el lazo sanguíneo y por un mismo y elevado propósito espiritual. Aprender la lección de ″El desapego″, y tienen que aprender su significado lo mejor posible, ellos lo eligieron así antes de nacer. Desapego a los muchos bienes materiales de los que disfrutaron en tantas vidas pasadas, contenidos en la memoria celular a modo de sus ″olvidados″ recuerdos.
La lección no se hizo mucho de esperar, al padre le diagnosticaron una enfermedad terminal cuando María era una niña, y cuando ésta tenía diecisiete años, falleció dejando a esposa e hija en la más triste desolación, con amarga resignación al comprender, que se habían ido desprendiendo poco a poco de alguien con mucho valor para ellas. El dinero o el poder no hicieron nada por devolverle la salud. E hicieron que ya no valoraran tanto las riquezas. A su vez, el padre tuvo ocasión de ir despidiéndose de ellas, dándoles de todo menos vanas alianzas. Los tres se entregaron el amor que tanto habían escatimado en pasadas relaciones, tiempos remotos y padecidos.
A la pena de madre e hija se sumó un miedo a que María, heredara de su padre la enfermedad mortal, y como todo pronóstico funesto parece ser dotado de vida propia, así se cumplió el designio, a pesar de detenerse en alguien tan joven y con poca probabilidad de desarrollar el mal. A María le quedan pocos años de vida, su consuelo y afecto lo comparte además de con su madre, con su novio y su niñera, que aún sigue haciéndole de amiga mayor. Y la coincidencia, el novio es el escudero que conoció a la vez que a mí de Templario, y la niñera es la que también entonces, hizo de su hermanastra Marcela y en la siguiente vida, ésta fue su rival en el amor y una mala empleada. Dos vidas con uno, y ya va por la tercera que se encuentra con Marcela a la espera de hacer las paces.
Tristeza y miedo se entremezclan en la suntuosa casa a la espera de perder lo que más amaban, y madre e hija eran suficientemente conscientes de que no se podían apegar entre ellas porque tendrían que desprenderse de todas formas. Nada de dinero ni regalos, vestuario o comodidades hicieron llevadera la experiencia final de su fatal. No pudieron comprar la salvación y lentamente y en agonía, se dieron cuenta de que las posesiones comparadas con lo que perdían, no tenían ningún valor para ellas.
Un desapego advenido cuando María tuvo la capacidad para entender su partida. Murió a los veinte años de edad, la mano de su apenada madre acariciando con ternura la suya, y un sordo murmullo en lágrimas del resto de sus queridos. Con discreción, el novio y su cuidadora Marcela la dejan ir en Paz. Y esa madre quedó desapegada de todo menos al amor que se le iba.
Padres e hija aprendieron a base de mucho dolor, que el verdadero amor nunca tiene precio.
Yo, aquel que con cuerpo fuera Maestre Templario y posterior capataz, enamorado de María, en ésta ocasión de su vida no tuve vehículo físico, invisible para ella me limité a cuidar y guiarla de la mejor manera que supiese entender.
Sabía, que la prueba expuesta que se impuso materializar, vista y entendida con los sentidos que proporciona el cuerpo, iba a ser una vía crucis para ella, y se me concedió guiarla en el itinerario. Cuando en su último suspiro su Alma se elevó fuera de lo que representaba, yo estaba allí para recibirla. A la tan amada María.
Hoja del diario de; "Un viajero en el tiempo"
Mila Gomez.
Concluirá con la cuarta y actual vida junto a María. Clica Aquí
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