Teresa esperó a que Pascual saliera del despacho, para con premura, dirigirse al escritorio, a la cajonera situada a la derecha, vació por completo los cajones hasta dar con el que le interesaba. Introdujo la mano tanteando el fondo del cajón, encontró la lengüeta que buscaba, tiró de ella y dejó al descubierto un segundo fondo con ocho saquitos de tela blanca. Emocionada, como si le fuera la vida en ello los empezó a desatar. Enfrascada en su proeza al comprobar que rebosaban monedas y billetes, no advirtió que su compañero habiendo entrado para hacerla una consulta, observaba en ella un rostro arrebolado y en demasía eufórica, transformado por la codicia, quizá de venganza personal. Hablaba sola; exultante por la dicha del momento.
─ Ahora me cobraré las humillaciones que he sentido tantas veces por tus desprecios y otros agravios hacía mi persona. A Teresa Galindo no la acobarda ni despreciará nadie jamás, ni tú, Tomás, abogado de pacotilla, ni el rufián de Pascual, o el mal nacido novio que me abandonó, este botín me lo deben todos los hombres que se han cruzado en mi camino, de una forma u otra será solo mío, encontraré la manera de que así sea.
─ Habla, mala mujer. ─ Le espetó airado. ─ Que tienes en contra mía, aclárame ahora mismo lo que acabo de oír.
─ ¡Pascual! Gritó sorprendida ─ Tenías que estar llenando las alforjas. Déjame en paz, me estaba desahogando. Repartiremos el botín, no me hagas caso, has de entender que estoy muy dolida con el mal que me ocasionó don Tomás. Ya te dije que me violó y tuve a mi hijo de él.
─ Si, recuerdo, pero. ¿Repartir?, ¿No era compartir? ─ Hablaba encendido de traición. ─ Embustera, me has enamorado para que te ayudara en el atraco, si nos descubrían, mejor echar las culpas a un bandolero criminal fugado de la cárcel. Tenías la intención desde el principio de abandonarme, tu única motivación era hacer daño a quién te ultrajó. ¿No es verdad? Contesta de una vez. −La agarró fuerte por el brazo, zarandeándola a la vez que levantaba la otra mano con intención de propinarle unas buenas bofetadas.
─ Anda, pégame si te atreves y te envío con la guardia civil, todos sois igual de bravucones y nunca hacéis nada bien. ─ Dijo ofendida.
Contuvo la rabia y la soltó con brusquedad, enviándola al asiento de cuero que precede al escritorio, destinado a las posaderas de su dueño.
─ ¿Quién, o qué cosa manejó mis ilusiones? Bien me engañaste mujer, yo quería una nueva vida para los dos con tu hijo. ¿Ahora qué hago con esta nueva pesadilla?
─ Tranquilízate hombre, pensemos con serenidad, aquí hay unas trescientas mil pesetas, suficiente para los dos, poco importa si lo gastamos en distintos sitios y motivos. Acabemos de recoger lo que falta y marchemos antes de que termine el teatro de las sombras.
─ ¿Cómo sabías donde estaba escondido el dinero, así como el montante del mismo?
─ Te contestaré a la última. Aquí casi todos sabíamos que el amo vendió varias tierras y masadas, hoy le pagarían y dentro de dos días lo llevaría al banco. Ahora está en nuestro poder. Vámonos ya.
─ De aquí no se mueve nadie hasta que yo decida.
Acababa de entrar Tomás Ávila, alto y enjuto, con sus treinta y siete años arrogantes, ancho bigote tapándole los labios y una pipa en la mano.
Mila Gomez.
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