─ Venía a por picadura para la pipa, ¡y heme
aquí lo que encuentro! Dos ladronzuelos dispuestos a llevarse la salud de Blas,
mi hijo pequeño.
Tomás en su indignación habló dirigiéndose a ella, por lo que se le pasó por alto el trabuco con el que Pascual le
apuntaba, que no dudó en aprovechar la seguridad que le confería un arma en las
manos, para advertirle.
─ Para su conocimiento le diré, que no soy un
ladrón cualquiera, los que me conocen saben que no me ando con chiquitas, tenga
cuidado con lo que dice. Por
de pronto no tengo intención de hacerle daño, ahora, hágame el favor de
sentarse. ─ Le
señaló la silla más cercana.
Tomás obedeció. Pascual pidió a Teresa le
trajera los cordeles de las cortinas, con ellas ató al respaldo de la silla las
manos del susodicho.
─ Es posible que se le ocurra gritar, el
auxilio tendría que hacerlo muy alto para ser escuchado, no obstante, me cuidaré
de taparle la boca con este pañuelo que le sobresale del bolsillo de la
chaqueta tan finamente, nosotros seguiremos recogiendo sus pertenencias.
─ Sentenció el rufián.
─ ¡Quieto!, no lo haga. ─ Aconsejó Tomás. ─ ¿Quiere saber antes con quién se va a emparentar? Usted, un hombre
maduro, sensato quizás, no querrá dejarse engañar por una frívola mujer.
─ No precisa decir nada, ahórrese las críticas,
la conozco lo suficiente para quererla con lo que lleve encima, incluido su
hijo, que por cierto, también es suyo. ¿O eso lo va a negar?
Antes de contestar, Tomás rió de buena gana enseñando
sus blancos dientes.
─ ¡Lo ve hombre!, por ahí empezaré. Ese pobre
niño nació prematuro y murió por falta de desarrollo a los pocos meses. Y
créame que lo sentí de verdad.
La tensión estaba servida con la respuesta.
Tomás dejó que hiciera efecto en Pascual. Poseídos por la curiosidad los dos miraban al turbado gesto de la mujer,
que, resuelta, desvió hacia otro lado su vergüenza descubierta. Sabiendo que
tendría que dar explicaciones, les encaró la mirada con regio porte y exquisita
trapacería, dirigiéndose orgullosa a Tomás.
─ No hace falta airear el pasado, todos tenemos
cosas que ocultar. Y lo que sabe éste hombre de mí, es lo que vale por ser
verdad. ¿A santo de qué va a creerle a usted? Mi hijo podría seguir sano,
viviendo con mi hermana y a usted tenerle engañado con su paradero, además, pronto
lo veremos. ¿No es cierto querido? ─ Dirigió su mirada a Pascual, que sin dejar de mirarla no contestó, ni
movió un solo músculo de la cara.
─ No digas patrañas, el hombre que te acompaña
es cabal, se le nota.
Teresa saltó ofendida, tuteándolo.
─ ¿Cabal? ¡Y te está robando!, que gracia
tienes. Nos estás haciendo perder el tiempo. Pascual, tápale la boca y
continuemos, se nos hace tarde. ─ Ordenó tajante.
─ Antes, voy a dar a los dos la
oportunidad de contarme la
historia en dos versiones, ya decidiré cual creer, si por casualidad comenzamos una vida juntos, lo quiero todo
claro. A lo mejor te dejo aquí atada con él y me largo yo solo con el dinero.
Comience usted, don Tomás.
Mila Gomez.
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