El pronóstico a punto de cumplirse, el corazón late en calma preparándome para un especial encuentro; Es con la muerte, compañera de nacimiento para que aprendiera a convivir con ella en vida.
Sumido en agradable sueño que no permite despertar, consigo evocar lo que llevaré habiendo sido mi existencia, dentro de ella, algo que no hubo necesidad de sobrellevar.
La guerra, no me forjó tan gran hombre ni valiente como creí volvería después. Tristeza, rabia y otras furias siendo fieles sentimientos con vívidas imágenes impidiéndome en demasiadas ocasiones un dormir sereno. Incalificable sacrificio y encarnizado exterminio. Pérdida de vidas humanas atroz sufrimiento y sangrías de sangre presencié para un propósito que ni nos iba ni venía. Hubo cosas en la guerra que no encajaban con mi aspecto de soldado.
Curiosamente, ahora pasea por mi mente un ser muy cercano a los que allí eran mis hermanos. La perspectiva se amplifica y ahora veo siluetas.
Estoy con ellos en las trincheras besando oliendo y leyendo con reflejada alegría en el semblante las cartas de la familia, amigos, novias ¡qué sé yo! Ánimos, amor fe paciencia esperanza todo aderezado con olor a jazmín, a rosas o lavanda. Resurgiendo con el sueño del feliz reencuentro, la guerra era reemplazada por la paz.
Al que llamábamos escribano redactaba nuestras cartas con solemnidad y pulcritud olvidando el destierro y enviando alguna mentira felicidad. Y aquél, que recibía generosos paquetes de comida, ropa zapatos picadura de tabaco papel de liar y mecheros de bolsillo de los que hacían poca llama y por la noche podía salvarte la vida. ¡Con cuanto honor lo compartía todo!, igual que si con su generosidad se librase de un combate.
El tabaco, eso sí era un lujo y evadía el aburrimiento, la soledad la tristeza cualquier pena o nostalgia, era el cómplice de la amistad y de las conversaciones con buen humor. Tanto era lo que ofrecía entonces el tabaco que si un soldado llegaba sin haberlo probado allí lo conquistaba. Al terminarse la picadura la sustituíamos por los pámpanos secos de las viñas o cualquier otra hoja, el caso era, evadirnos de la absurda realidad en la que nos habían metido.
En mi mudez y rodeado de cariño a punto de partir, se desveló que valió la pena conocer la alta frecuencia y naturaleza asombrosa de la fraternización.
Mila Gomez.
El relato participó a concurso para la comunidad "Escribiendo que es Gerundio" comenzando con la frase subrayada en azul. Al no ser ganador, me permití ampliarlo. Espero que os guste.
Los horrores de la guerra hacen estragos en quienes participan en ellas. Debe ser una pesadilla constante en sus vidas una vez acaba.
ResponderEliminarUn gran relato, Mila. Terrible el plano en que se desarrolla y un gran tema sobre el que reflexionar.
Besos todos, alma bella.
Nada bueno aportan, de eso seguro. El tiempo debe de hacerse interminable y doloroso. y al acabar, como bien apuntas, para algunos se convierte en pesadilla y quién sabe qué negatividad más.
EliminarMe alegro de que lo consideres un gran relato, Marina.
Me da mucha ilusión además saber que es reflexivo.
¡Abrazos, amiga linda!!
Como dijo Marina, debe ser una pesadilla. No logro imaginarlo.
ResponderEliminarUn abrazo
Ciertamente, Mirna. Luego quedan secuelas, a veces psicologicas. Por suerte también quedan experiencias que son lecciones de vida.
EliminarGracias por pasar.
Un abrazo!