Estaba tan aletargado que no escuchó que
alguien abría la puerta del establo y entraba.
No había cambiado de posición en
toda la noche, una capa brillante bañaba todo su cuerpo, por las comisuras de
los labios caía un fino hilillo de saliva. La estancia entera era una caldera
de vahos soporíferos, hasta
los animales estaban inmóviles.
Dirigiéndose a una pequeña ventana la cual abrió, Teresa saludó
con aparente buen humor.
─ ¡Buenos días Pascual! − Encaminó sus pasos hasta el hombre mientras
hablaba.
─ Te traigo comida, vino y café. Anda, levántate y recompón
fuerzas, yo regresaré después de la cena a buscarte. Habrás de tener paciencia, y
dedicar el día a repasar los pasos que has de dar una vez estemos juntos dentro
de la casa. Y la ventana, ciérrala en una hora, no te vaya a delatar frente al
jardinero, para entonces estará por aquí. La ropa está seca, vístete y ten
cuidado, sobre todo, no te acerques a los animales, no vayan a encabritarse y
liemos una gorda. Don Tomás llegará
de su viaje al mediodía, por lo que toda la familia estará pendiente de él y yo
podré organizar mejor tu entrada. ¿Tienes alguna duda? (…) −Dime, ¿dormiste
bien?
Se despertó sin saber donde se encontraba, al lograr despejarse escuchó la
última frase de Teresa, su cabeza retenía un vago recuerdo de reciente monserga.
─ Podías haber empezado por ahí antes de tanta
bobada. Gracias, he dormido bien, y tranquila por todo lo demás, sé al dedillo lo que tengo que hacer. ¿Dudas
de mi profesionalidad? Recuerda que soy “El Floro”. Puesto que la paciencia la
he de tener yo solito, ¿por
qué no me alegras la espera?
Pero ella ya marchaba...
La tarde caía lánguida, húmeda y silenciosa, más lenta que una huida por valles y páramos desiertos con el hambre apretando el estómago. Caminó por el establo hasta sentirse cansado, luego se metió en el barreño con agua que utilizara el día anterior. Se vistió y esperó sentado a que Teresa llegara.
Quizá
fuese el aburrimiento, que de nuevo le pareció ver al halcón posado en el
alfeizar del ventanuco y
desaparecer tras un rayo luminoso.
A las
20,20 horas entran en la casa por la puerta de servicio. Nadie reparó en ellos,
a esas horas tres generaciones Ávila al completo, huéspedes y casi toda la
servidumbre, están reunidos en el salón de los juegos.
Formando un semicírculo en el suelo, están
sentados los niños sobre cojines, detrás,
en sillas, la familia con los más allegados, decreciendo la forma amigos y
algunos vecinos. Al fondo, tras una separación de cuatro baldosas, una treintena de empleados, de los que
se cuentan varios de otras casas.
El dosel bermellón se balancea a voluntad de la suave brisa, tapando parcialmente la escasa claridad del balcón abierto de par en par.
Todo está preparado, una gran tela blanca de pared a pared pende sujeta por sogas que enganchan a una biga del techo. Descansa en varios baúles dónde se guardan objetos y ropajes para la función. A un sector de la tela, los comediantes actuarán con ayuda de las luces de tres farolillos que proyectarán las sombras, en invierno proyectadas por el acogedor fuego de la gran chimenea. Al otro lado, los que disfrutarán con la función averiguando a qué ser, animado o inanimado pertenece la sombra, en especial los más jóvenes, que no marcharían a dormir en toda la noche. Los pequeños, Fermina, y Blas Ávila, de seis y cinco años de edad ya están alborotados.
Antigua costumbre la del teatro de las sombras, que ningún año olvidan representar por fechas navideñas. En esta ocasión adelantada unos meses debido a los nuevos planes de don Tomás Ávila, que tiene en vilo a su esposa doña Jacinta con los preparativos, y a los tres hijos mayores entusiasmados con su nuevo hogar de las vacaciones, amigos y juegos diferentes prometidos por su padre.
El dosel bermellón se balancea a voluntad de la suave brisa, tapando parcialmente la escasa claridad del balcón abierto de par en par.
Todo está preparado, una gran tela blanca de pared a pared pende sujeta por sogas que enganchan a una biga del techo. Descansa en varios baúles dónde se guardan objetos y ropajes para la función. A un sector de la tela, los comediantes actuarán con ayuda de las luces de tres farolillos que proyectarán las sombras, en invierno proyectadas por el acogedor fuego de la gran chimenea. Al otro lado, los que disfrutarán con la función averiguando a qué ser, animado o inanimado pertenece la sombra, en especial los más jóvenes, que no marcharían a dormir en toda la noche. Los pequeños, Fermina, y Blas Ávila, de seis y cinco años de edad ya están alborotados.
Antigua costumbre la del teatro de las sombras, que ningún año olvidan representar por fechas navideñas. En esta ocasión adelantada unos meses debido a los nuevos planes de don Tomás Ávila, que tiene en vilo a su esposa doña Jacinta con los preparativos, y a los tres hijos mayores entusiasmados con su nuevo hogar de las vacaciones, amigos y juegos diferentes prometidos por su padre.
Mila Gomez.
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