El
mundo, se volvió chillón y demasiado irritable a sus oídos. No quería escuchar
consejos bien intencionados que no pedía ni importaban y que, se veía en la obligación de
agradecer, desde que murió su esposa.
Registradas se quedaron las
últimas palabras que ella le dedicó en sus últimos momentos de vida, en su
memoria. Mario, a partir de entonces creyó no necesitar escuchar nada más que
su silencio, en el que ella continuaba comunicándose con él. Poco a poco, desde un nivel de su conciencia ajeno a su consciencia, se fue encerrando en un mutismo
consiguiendo anular el sentido de la audición. La medicina no supo devolverle
el sonido de las palabras y Mario, quedó anclado en su mística quietud.
Pablo
era adolescente cuando su madre partió, penó su duelo sin entender la
incomodidad de su padre ante las palabras y los consuelos. Al hacerse adulto,
enamorarse, le acrecentó un sentimiento de impotencia debido a la
inexpresividad del progenitor, que sumado a un descuidado aspecto y huraño carácter, seguía en una sordera injustificada y un
pasotismo por comprender, ni siquiera cuando se dirigía a él con altisonantes tonos
de voz, a menudo insultantes.
Pablo
tenía planes de boda, planes que desechó por sentirse responsable del cuidado
de su padre y, creyendo que Elena, su novia, no iba a sentirse cómoda en aquel
ambiente carente de voces saludables y de bienestar. Pablo empezó a gritarle
por todo a su padre, proyectando en él su culpa por la decisión que finalmente,
se proponía ejecutar. Los gritos e insultos en lugar de unirlos los separaban,
y Mario empezó a responder con más silencio y desánimo. Los corazones se alejaban el uno del otro y ni
el bello recuerdo de la mujer y madre fueron suficientes para volverlos a
unir. Pablo en un estado de victimismo e incapaz de transformar la situación, con
mucho pesar, dio por finalizada su relación con Elena y obligado por la culpa
que recaía en su padre, se propuso
seguir gritándole.
Elena
de talante comprensivo aceptó la decisión de Pablo sin conformarse del todo,
dejó que pasara un tiempo creyendo que Pablo recapacitaría, ella siempre opinó que
su padre era persona sensible y que con otros argumentos padre e hijo podrían
llegar a comunicarse de nuevo, a ella siempre le cayó bien Mario, quizás fuera
porque nunca se metía en nada y todo le daba igual, vivía y dejaba vivir, estaba
segura que los tres podían convivir en paz, el amor que sentía ella por su hijo
y viceversa debería poder calmar las aguas en las que nadaban los tres.
Y
siendo amor verdadero Elena buscó y encontró solución. Conversó, y convenció a Pablo
de retomar la relación, ella estaría encantada de
contribuir en la mejora y ambiente de la casa a la que se fue a vivir como señora
de la misma.
***
Tanto
Pablo como Elena no volvieron a
dirigirse al ser físico que representaba Mario, sabiendo que éste tenía
espíritu que nunca dejó de escuchar, se dirigían a su nobleza, con tanto cariño
y confianza de que percibía la buena intención y escuchaba el nuevo tono de voz, que pronto el ser que habitaba
el cuerpo de Mario y que nunca dejó de
oír, empezó a transmitir otra información a los oídos de Mario.
Pronto volvió a escuchar la conocida y amada voz de su hijo, la de Elena, la inocente de su nieta que le traía un bello matiz de recuerdo.
Pronto volvió a escuchar la conocida y amada voz de su hijo, la de Elena, la inocente de su nieta que le traía un bello matiz de recuerdo.
Los
corazones de padre e hijo volvieron a unirse a través del Genuino Ser que siempre está
presente en ambos, que no entiende de gritos, culpas, victimismo o proyecciones, nada más entiende de amor.
Gracias.
Gracias.
Mila Gomez.
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