Cuando
María y yo volvimos en vida a coincidir en el pueblo de Lagunas, siendo ella una
rica dama casada con otro hombre y yo, su enamorado capataz por el que María
sintió amor, y que, mantuvimos una relación amorosa que ocasionó tantos errores
que afectaron a unos cuantos, conocimos a muchas personas de las cuales algunas, de una manera u otra vincularon sus
posteriores vidas a las nuestras. Uno de
ellos fue un pequeño llamado Berto, su historia de entonces es la siguiente:
Siglo XVIII en el pueblo de Lagunas.
La fuerte lluvia bañaba el pequeño cuerpo de Berto, las gotas resbalaban por la cara, y se mezclaban con las lágrimas de un inocente niño de siete años. Su carita miraba
al cielo implorando un socorro, se detenía, y volvía a aporrear la puerta que
abría su casa, suplicando.
- Mamá, mamá… ábreme por favor, quiero entrar, llueve mucho.
La cantinela la repetía sin cesar mientras su cuerpecito se lavaba y
aspiraba los mocos. Aterido de frío temblaba.
Un poco más fuerte y Berto hubiera podido derribar la cochambrosa
puerta de su humilde hogar. No entendía por qué su madre le castigaba de tal
manera cuando le parecía, si creía no hacer nada para disgustarla. Sobre
todo se le hacía extraño, que cuando en la noche si él no dormía y su
padrastro, quería jugar y gemir de aquella forma tan extraña con ella, también
le echara a la tenebrosa oscuridad de la noche, como hoy, en la que se sentía
calado hasta los huesos.
Luego piadosamente y como si le acabaran de salvar la vida, la madre
lo dejaba entrar, y el padrastro le obligaba a trabajar en su almacén de harina,
amasando pan, o limpiando las palanganas, el caso es que siempre tenía las
manos metidas en obligaciones.
Esa noche impetuosa Berto no quiso esperar a que su madre le abriese,
se sentía verdaderamente mal. Salió corriendo en busca de un refugio, una casa
amiga que le amparase. Hundiendo sus diminutos pies en los charcos llegó a la
gran mansión iluminada.
María lo acogió por esa noche, le calentó, alimentó y dejó que
durmiese en blancas sábanas. Al día siguiente lo llevó a su hogar almacén y se
enfrentó a la perpleja pareja. Amenazó que si volvía a ocurrir los desalojaría de
las tierras y se quedarían sin trabajo y sin hijo. Ella era dueña de sus propiedades.
Ahora van con más cautela, madre y padrastro castigan a Berto de
formas menos llamativas, y con graves amenazas si cuenta algo a doña María.
Un día su niñez se reveló e hizo una travesura con la harina, el
padrastro vio una “Gran” desobediencia, y una inestimable pérdida de dinero que
restregó al niño vociferando. Agarró a Berto por los cabellos y le puso boca
abajo sobre sus rodillas, le destapó las nalgas y soltó su ira en las blancas
carnes. Con el cinturón de cuero, y la hebilla descascarillada que utilizó
para hacer un corte a una de las nalgas de Berto. El niño aulló de dolor, la
inocencia se acabó y empezó a razonar como haría un mayor sin pasar por ser
niño. Berto a partir de ese día se
creyó, que no valía para nada, tantas veces se lo escuchó a su madre y
padrastro, que al final resultó ser su realidad.
Temeroso e insociable fue su
comportamiento fuera y dentro de su hogar almacén, en dudosa espera de recibir otro golpe por
hacer lo que no debía. Así pasó niñez, juventud y parte de su madurez.
Finalmente el padrastro murió y se permitió conquistar a una de las solteronas
del pueblo, que lo aceptó por no quedarse para "vestir santos".
Berto se casó con la sensación de no estar haciendo lo correcto,
seguía temiendo hacer las cosas del revés, incluso haciendo los mejores panes
del pueblo.
En su hogar almacén seguía viviendo su madre, con su agrio carácter y
empinando el codo a escondidas. Nuera y suegra enfadadas con la vida y
descargando frustraciones a sus maneras; ¡Qué casualidad que las recibiera el hombre niño de la casa!
Berto murió un lluvioso día, sintiendo que no había merecido la pena haber vivido.
Hoja del diario de; "Un viajero en el tiempo"
Hoja del diario de; "Un viajero en el tiempo"
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